Nuestro mundo, en el que los EEUU desempeñan un papel protagonista en tantas facetas, ha olvidado, que si bien hoy somos una sombra de lo que fuimos, no por ello dejamos de ser hijos de una nación gloriosa, que durante siglos pudo alzar la voz, sin miedo, en el concierto de las grandes naciones, influyendo decisivamente en muchos de los acontecimientos que han conformado ese mundo.
Sirva como botón de muestra, la larga y durísima guerra de más de 8 años (1775-1783) que enfrentó a las trece colonias británicas de Norteamérica con su metrópoli. Una guerra que pudo muy bien acabar de otra manera, si España no hubiese dispuesto en aquella tesitura de una flota de guerra capaz de alterar sensiblemente el equilibrio mundial. La magnitud del conflicto, la escala de las operaciones, los recursos movilizados por todas las naciones implicadas hacen de esta conflicto un enfrentamiento decisivo en la historia de la humanidad.
Y aunque como casi siempre las hazañas de los marinos españoles naveguen, por los mares del silencio y del olvido, condenadas como almas en pena a un destierro que no merecen, sus sacrificios, su esfuerzo y su espíritu abnegado de servicio, hicieron posible el nacimiento de los EEUU y bien merecen ser puestos en valor, recordados y reivindicados, porque la historia se hubiese escrito de otro modo sin ese servicio tenaz, sin esa entrega absoluta al servicio de nuestra patria, realizada sin reservas, por algunos de los hijos más preclaros de aquella España universal que aún abarcaba medio mundo, a comienzos del último cuarto del siglo XVIII. 1783 vería una Inglaterra obligada a hincar la rodilla, gracias a la decisiva intervención naval de una España, cuyo hercúleo esfuerzo quedaría sin embargo eclipsado, como en tantas otras cosas, por la propaganda anglosajona y francesa, plagada de prejuicios hispanófobos que desgraciadamente han dominado el escenario cultural de Europa durante demasiado tiempo.
Poco podemos hacer ante el poder omnímodo de los “mass media” que machaconamente difunden en las pantallas una historia superficial y distorsionada, que a fuerza de repetirse hasta la saciedad, ha calado en el ambiente imponiendo una versión deformada y sesgada de la realidad histórica.
Ahora bien, rendirse ante la adversidad no ha sido nunca el modo español de conducirse por la vida y así recogiendo el testigo de los que nos han precedido, intentaremos combatir en la medida de nuestras posibilidades tal estado de cosas, contando como España resultó determinante para la derrota de Inglaterra en aquel conflicto y como gracias al tan manido como efectivo procedimiento de silenciar, de ocultar todo aquello que estropee el idílico autorretrato de las naciones que han pretendido presentarse a sí mismas como campeones de la libertad y la civilización, se ha conseguido que pocos de nuestros conciudadanos conozcan estos hechos.
Y sin embargo las aguas del Atlántico, desde el Caribe al canal de la Mancha, sin olvidar al siempre clave Mediterráneo, las costas del golfo de Méjico, las islas del Caribe, el canal de las Bahamas, Gibraltar, Menorca y mil enclaves más, fueron los testigos de un duelo titánico por la supremacía mundial en el que España, en aquella ocasión, venció. Acercándonos con rigor a este apasionante periodo histórico, asistiremos asombrados a una pugna colosal por el dominio de los mares, comprobaremos lo poco que hubieran podido aquellos rebeldes norteamericanos sin el apoyo de una de las naciones más poderosas de su tiempo, llamada España
. Descubriremos una Francia, nunca leal, por mucho pacto de familia que hubiera de por medio ,incapaz de sostener el esfuerzo bélico sin nuestra ayuda. Encontraremos a un Carlos III de carne y hueso muy alejado de los tópicos, que no supo sacar partido de tan favorable coyuntura. En fin, si el tema les interesa y quieren navegar por uno de los grandes episodios de una historia naval nuestra y universal, acompáñenos en esta singladura audiovisual.