Historia de la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón

Historia de nuestra gloriosa Armada

EL CAPITÁN DE NAVÍO D. CESÁREO FERNANDEZ DURO, SECRETARIO PERPETUO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA.


En 1845, con el nuevo plan que abolía el antiguo establecimiento de las Reales Compañías de Caballeros Guardias Marinas, siendo Ministro D. Francisco Armero y Fernández de Peñaranda, primer Marqués de Nervión, se inauguró el Colegio Naval Militar, de San Fernando, en el mismo edificio de la población de San Carlos que hace más de medio siglo (1913) albergó a la Escuela Naval Militar.

Fue su Director el Brigadier de la Armada D. José de Río Eligió, secundado por el Capitán de Navío D. Francisco de Hoyos y el de Fragata D. Fernando Bustillo, amén de buen cuento de profesores y maestros, entre los que destacaba el sabio D. Saturnino Montojo, por entonces primer Astrónomo del Observatorio.

Setenta y cinco muchachos de unos quince años, y con la denominación novísima de Aspirantes de Marina, formaron, estrenando el botón de ancla, el primer día del año 1845, para constituir la esperanza de la Armada, en plena revolución de la máquina y del vapor; algunos de ellos, bastantes, tenían apellidos vinculados de antiguo en nuestras listas, como Bustillo, Sopranis, Pardo de Figueroa, Uñarte, Aguirre, Manterola, Barreda, Alvear, Elizalde, Sanz de Andino, Pasquín, Sánchez Ocaña, Puente, Gastón de Iriarte y Montojo; entre los que carecían de antepasados marinos figuraba un Francisco Javier de Salas y Rodríguez, que andando el tiempo le recibiría en la Real Academia de la Historia (1), y su notoriedad le llevó a ser enterrado en el Panteón de Marinos ilustres, y un Cesáreo Fernández Duro, zamorano de nacimiento, que a petición del Instituto de España, fue en despojos mortales en febrero de 1958 a hacerle compañía en aquel mismo glorioso panteón, cuya Santa Misa frecuentaban los domingos de sus años de Aspirante, y en donde yacen tantos varones cantados por ellos en libros y artículos históricos.

D. Cesáreo había nacido el 23 de febrero de 1830; Guardia Marina en 1847, embarcó en la Isabel II y navegó por las Antillas; tres años más tarde, y ya en la península, trasbordó a la Villa de Bilbao para una campaña de mar por Filipinas, en donde tuvo ocasión de tomar parte en la jornada de Joló (1851), con tan distinguido comportamiento, que le valió la cruz de la Orden de San Fernando.

De nuevo en la Península, y como Guardia Marina de primera, se le destinó a la Comisión Hidrográfica de Canarias; ya debieron apuntar en el fino espíritu de D. Cesáreo inquietudes de erudición, y buenas muestras de muchacho culto v de talento dio por allí, por cuanto fue nombrado miembro de honor de la Academia de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, distinción rara a su edad y pese a su modesto empleo de Guardia Marina, que confirma la opinión que de su saber se tenía cuando afirmaban sus contemporáneos, aludiendo a su madurez intelectual, que Fernández Duro no ha sido nunca joven.

A bordo de la corbeta Ferrolana, de la escuadra del Marqués de Ru­balcaba, luciendo ya la charretera de Alférez de Navío (1853),
navegó por el Mediterráneo, visitando países como Francia e Italia, que tanta mella harían en su espíritu estudioso; esto último le valió el que fuese nombrado profesor del Colegio Naval (1857), en donde se le encomendó el texto de Cosmografía, cuando ya en el entretanto había realizado varios viajes redondos a Ultramar.

Su primer mando de buque fue el vapor Ferrolano, con el que tomó parte en la campaña de África (1860), en la que ganó la Cruz de la Diadema Real de Marina y el empleo de Comandante de Infantería, y durante la cual redactó una Memoria sobre el puerto, ciudad y fortificación de Mogador. De nuevo marchó a las Antillas, primero formando parte de la expedición a Méjico de Prim, como secretario del Comandante General de la Escuadra de Operaciones, y más tarde en el Apostadero de la Habana.

Su inteligencia, capacidad de trabajo sin límites, vastísima cultura y afanosa inquietud por aumentarla, unidos a su agradable trato y galana pluma, lo reclamaron del Ministerio de Marina, en donde demostró su laboriosidad, aplicación y conocimiento en los diferentes ramos de ella, incluso proyectando un telégrafo marino; sus informes, como los de Salas, brillaban por su manera de calar en lo histórico, base interesantísima siempre e imprescindible en muchas ocasiones, como lo prueba cuanto escribió sobre la entonces candente cuestión de las artes de arrastre y lo referente a las almadrabas, complicados asuntos de legislación secularmente enmarañada con privilegios e intereses encontrados que interferían lo puramente social, novísimo aspecto que afloraba ya en la vida pública.

Con ocasión del mandato en Cuba del General Caballero de Rodas fue nombrado por el Ministerio de Ultramar Secretario del Gobierno Superior de Cuba, cargo que desempeñó (1869-70) sin defraudar la esperanza que prometía en los difíciles años del rebelde Céspedes y de los filibusteros.

Figuró más tarde en Congresos; organizó la participación española en varias exposiciones y fundó en Madrid la Real Sociedad Geográfica, que presidía al fallecer, así como la benemérita de Salvamento de Náufragos.

Ya con serias pruebas de historiador en su haber figuró en cabeza de la comisión que investigó por las costas africanas el emplazamiento de la antigua posesión de Santa Cruz de Mar Pequeña, que recuerda con su retrato la última emisión de sellos de Ifni.

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